A la hora de hablar de drogas, hemos comentado una y otra vez que toda adicción es una enfermedad, y como tal, para lograr un tratamiento exitoso hace falta abordarla desde varios aspectos: psicológico, familiar, personal, médico, etc.
Ahora bien, una de los estigmas o prejuicios más frecuentes que recaen sobre las personas bajo consumo problemático, es la incapacidad para comprender que no alcanza únicamente con tener voluntad o decisión a la hora de iniciar una rehabilitación. El problema radica en creer que simplemente con no consumir, se termina la adicción y que, por lo tanto, quien no deja es porque no tiene vocación de hacerlo.
Si bien la voluntad es sumamente necesaria para que un tratamiento tenga éxito, si logramos entender las adicciones como enfermedades crónicas, el panorama se aclara. Del mismo modo que un virus o una infección no se curan simplemente con voluntad, la adicción tampoco lo hace.
Entender el accionar de la droga en el organismo (especialmente en el cerebro), puede ser una buena herramienta para desarrollar empatía con las personas adictas y comprender su proceso, permitiéndonos brindarles una ayuda más efectiva.
Un punto clave para esta tarea, es entender qué sucede a nivel neuronal en las personas adictas, cómo trabaja su cerebro y de qué modo cambian las funciones y conexiones neuronales, modificando su forma de pensar, sentir y percibir el mundo.
Las drogas suponen una modificación en las neuronas de quienes las consumen, generando cambios muy importantes e incluso irreversibles. Todas las variaciones en sus pensamientos, forma de sentir y comportamiento, tienen lugar en el cerebro.
Mientras más se prolongue el consumo en el tiempo, más pérdidas neuronales habrá, lo que indefectiblemente generará que el grosor de la corteza cerebral disminuya, ocasionando más complicaciones.
Las drogas alteran zonas del cerebro necesarias para funciones vitales y pueden desencadenar el consumo compulsivo.
Algunas de las zonas más afectadas suelen ser:
Estos ganglios participan en la formación de hábitos, rutinas y cosas que generan placer, como por ejemplo comer. Muchas drogas estimulan esta zona del cerebro y, con el tiempo, generan resistencia y reducen la sensibilidad, lo que provoca que la persona quiera consumir cada vez más para lograr el mismo efecto.
Cumple una función cuando sufrimos de estrés, ansiedad e irritabilidad. Al dejar de consumir, estas sensaciones se intensifican, llevando a la persona a volver a consumir para eliminarlas.
Dirige la capacidad de pensar, planificar y resolver problemas. La droga daña esta parte del cerebro generando que la persona tenga menos control de sus impulsos.
Algunas drogas también alteran partes del cerebro vitales para la vida (como la respiración o las funciones cardíacas), motivo por el cual muchas veces las sobredosis pueden causar la muerte.
La droga afecta las funciones naturales de transmisión neuronal. Si el consumo se mantiene en el tiempo, el cerebro tendrá tan inhibidos sus procesos naturales que ya no podrá realizarlos con normalidad. Pudiendo incluso ocasionar que olvidemos habilidades o conceptos ya aprendidos.
A mayor tiempo de consumo, mayor es la pérdida de funciones neuronales y más irreversibles son los daños. Pudiendo incluso atrofiar la capacidad del cerebro de modificarse para formar nuevas conexiones nerviosas.
Es por eso que debemos tener presente que quienes consumen drogas nunca tienen el control.
No dudes en pedir ayuda. Comunícate con nosotros si necesitas asesoramiento por adicciones, cada día cuenta.